mentiras de el pais

Dijo Sócrates, famosísimo envenenado, que «dios me puso sobre la ciudad como al tábano sobre el caballo, para que no se duerma ni amodorre». Al menos eso es lo que dicen que dijo Sócrates en su defensa, o al menos así nos lo cuenta Platón en su famosa Apología de Sócrates.

Así pues, cual Sócrates envenenado, EL PAÍS nos aguijonea la rusofobia con sus editoriales recopilatorios para que se mantenga viva la llama de esa especie de xenofobia en el pueblo español.

Curiosamente fue mucho más efectiva la cicuta que le hicieron beber al ateniense que ese famoso y tan manido Novichock que parece que no mata ni a una mosca. Ni los Skripal ni el bloguero Alexei Navalni han sucumbido a los intentos de los temibles servicios secretos de Rusia por quitárselos de en medio. Son muy malos.

Dice varias inconsistencias EL PAÍS. Entre ellas, que el Novichock se fabrica solo en Rusia, cuando según la wikipedia fue (en pasado) de fabricación soviética. Sólo los ignorantes confunden ambos términos, pues aunque Rusia es heredera de todas las obligaciones y derechos de la antigua URSS, ésta estaba formada por una serie de repúblicas, algunas de las cuales hoy se orientan en el eje antirruso, bien por estar directamente en la OTAN, como las repúblicas Bálticas, bien por un giro en su política, como el caso de Ucrania. Desde que se dejó de producir el Novichock, podría estar en manos de cualquiera de estos estados. Por supuesto EL PAÍS no ignora esos extremos y confunden a sabiendas.

Otra gran falsedad es llamar a Alexei Navalni «el político más destacado de la oposición», pues este puesto corresponde al líder del Partido Comunista de la Federación de Rusia, Guennadi Ziugánov. Así que los primeros que no respetan la democracia en Rusia son los editorialistas de EL PAÍS al proponer ellos sus propios «lideres opositores» al margen de la voluntad del pueblo ruso. Navalni ni siquiera logró representación parlamentaria.

También tenemos que hacer notar otra mentira de EL PAÍS cuando dice debajo del titular que «La Federación Rusa carece de instrumentos para frenar los excesos del presidente», pues eso es manifiestamente falso. Existen procedimientos en la Constitución de Rusia para imputar al presidente incluso criminalmente. Concretamente dos tercios de la Duma estatal bastarían para destituir al Presidente e imputarle en procedimiento criminal.

Constitución de la Federación de Rusia.

Sección 93
1. El Consejo de la Federación sólo podrá destituir al Presidente de la Federación de Rusia sobre la base de una acusación formulada por la Duma Estatal de alta traición o de cometer otro delito grave, confirmada por la conclusión del Tribunal Supremo de la Federación de Rusia sobre la presencia de signos de un delito en las acciones del Presidente de la Federación de Rusia y la conclusión del Tribunal Constitucional de la Federación de Rusia el cumplimiento del procedimiento establecido para la formulación de cargos.
2. La decisión de la Duma Estatal de presentar cargos y la decisión del Consejo de la Federación de destituir al Presidente de su cargo debe ser adoptada por una mayoría de dos tercios en cada una de las cámaras a iniciativa de al menos un tercio de los diputados de la Duma Estatal y sujeto a la conclusión de una comisión especial formada por la Duma Estatal.
3. La decisión del Consejo de la Federación de destituir al Presidente de la Federación de Rusia de su cargo debe tomarse a más tardar tres meses después de que la Duma Estatal presente cargos contra el Presidente. 
Si la decisión del Consejo de la Federación no se adopta dentro de este plazo, la acusación contra el Presidente se considera rechazada.

Si acuden al texto original y hacen click con el botón derecho del ratón pueden traducir todo el texto de la Constitución rusa al español. Es el mejor antídoto contra los envenenadores, embusteros y embaucadores de EL PAÍS, que emponzoñan la realidad.

Así pues, otra entrega más de mentira, manipulación y desinformación manifiesta de ese panfleto en que se ha convertido EL PAÍS. Destinado entre otras cosas a difamar al país eslavo y su presidente elegido, y a espolear en los lectores el sentimiento irracional de la xenofobia contra los rusos.

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Los venenos de Putin

La Federación Rusa carece de instrumentos para frenar los excesos de su presidente

Será difícil para Vladimir Putin sacudirse la fama de envenenador. Nunca habrá una pistola humeante, es decir, una prueba fehaciente y con valor judicial que acredite la orden presidencial de liquidar al político más destacado de la oposición, Alexei Navalni, con novichok, un agente tóxico letal, que solo se fabrica en Rusia y está a disposición de sus servicios secretos. E incluso, en el caso de que alguien pudiera hacerse con tal prueba, no hay institución judicial o parlamentaria en Rusia que pueda pedirle responsabilidades, de forma que solo tienen algún efecto de denuncia las sanciones internacionales y las prohibiciones de viaje, como las que ya emitió la Unión Europea contra el jefe de los servicios secretos ruso y cinco personas más del entorno presidencial.

La historia de la Federación Rusa en los últimos 20 años, con Putin al mando desde la Presidencia o al frente del Consejo de Ministros, está llena de famosos antecedentes. El primero, el de la periodista Anna Politovskaia, asesinada en 2006 por unos matones a sueldo pero previamente amenazada con un envenenamiento en 2004. Alexander Litvinenko, exagente ruso que había desertado al Reino Unido, cayó y luego falleció en 2006 por efecto de un ataque con polonio, un agente radioactivo. En 2018, el agente doble Serguei Skripal y su hija sobrevivieron a un ataque tóxico en Salysbury (Reino Unido), mediante novichok, el veneno utilizado con Navalni.

La clave del veneno es dar en el blanco sin dejar pruebas, pero en el caso de Navalni la prueba más consistente es la propia víctima, que consiguió sobrevivir e incluso ha podido recoger pruebas de la implicación directa de los servicios del Estado. Junto al afán de cortar las alas a cualquier liderazgo alternativo, Putin ha desplegado también toda una panoplia de iniciativas para reducir el margen de maniobra de la oposición, ya sea endureciendo las leyes electorales, restringiendo el derecho de manifestación o proponiendo una ley que convierte a sus adversarios en “agentes extranjeros”. Es el otro veneno que ha inyectado en una democracia que se desdibuja como tal a pasos agigantados.

Es conocida y rutinaria la respuesta del Gobierno ruso a la acumulación de sospechas e incluso de pruebas, especialmente las de la identificación de los autores por parte del consorcio periodístico Bellingcat. Menos el Kremlin, todo el mundo es sospechoso para Putin. La pasada semana, en su habitual rueda de prensa de final de año, el presidente ruso atendió a la prensa a propósito de tan inquietante asunto con una respuesta todavía más inquietante: “¿Por qué es necesario envenenarlo? Es ridículo. Si hubiera sido necesario se habría llevado hasta el final”. El veneno mata, y es un arma disuasiva que Putin sabe emplear. También contra la democracia.